23 feb 2019

MICRO-RELATO EN EL AUTOBÚS II (SEGUNDA PARTE)




La primera vez que entré en el autobús que me llevaba de la ciudad, sus ojos me fascinaron, ese azul lo inundaba todo y me hacía prisionera. Su aire místico y su pelo rubio, casi blanco, lo delataba, seguro que no era de aquí. Vi que me miraba pero agachaba la vista cada vez que le devolvía la mirada. 


30 minutos no eran suficientes, así que volví día tras día al bus, haciendo exactamente el mismo recorrido para sentirlo sentado junto a mí. Intenté entablar conversación con el mil veces pero tras su “Hola” o su “Buenos días” agachaba la mirada y se ponía con sus cosas, como si mi presencia lo molestara. 

Un muro me separaba de él y tras mis miradas, mis sonrisas y mis intentos por acercarme a él, mis caídas repentinas, mis acercamientos y algunas de mis preguntas tontas eran sorteadas por su aire despistado y taciturno. Así no había manera. Mi cuerpo lo deseaba, mi piel se erizaba cada mañana al verlo y al sentir que se sentaba a mi lado. Pero yo no no era de su interés… Quizás tenía a alguien ya y yo sólo era mera diversión. 

Fui alejando mi interés hacía otras cosas: llamadas en el móvil, whatsapp o ponerme al día con los audios de las amigas. Un día decidí dejar de coger el bus porque verle cada día y no poder sortear el muro que me separaba de él se me hacía insorportable. Así que tras mi último viaje con mi twin Pedro, que volvía a la ciudad tras unos años de viaje por Europa, de rollo mochilero, decidí volver a coger el coche. 

La ruta en coche se hacía rápida y amena, aunque echaba de menos ver sus ojos y sentir sus “Buenos días”. 

Tras más de un año, Pedro regresó a la ciudad de visita, tras haberse instalado en Ibiza. Volvió con Lorena, su compañera y ahora, la madre de su bebita Tanit. Me ofrecieron cuidarla durante mi semana de vacaciones, sólo unas horas por la mañana y yo encanta de poder cuidar de mi sobrina y ahijada. 

Así, que un día, casi que no recordaba ya mis trayectos en bus, decidí compartir con ella esos momentos. Y al subir al bus. ¡ Qué iba a saber yo! Él seguía allí. Con su mirada taciturna, sentado de camino a su rutina diaria. Cuando lo vi el corazón me dio un vuelco. Nuestros ojos se encontraron y sonreímos a la par, en un dulce y sutil baile gestual de ensueño. No dejó de mirarme y de mirar a Tanit. Yo sólo podía sonreír y fundirme en el amor que irradiada mi sobrina por cada poro de su piel, era tan reconfortante cargarla en mi regazo… No importaba nada más. Hoy no.

En ese mismo momento decidí aceptar la vida tal cual era. Un regalo magnífico.



No hay comentarios:

Publicar un comentario